Crónicas

24 horas es la primera crónica escrita por Víctor Hugo, y refleja algunos momentos previos al fallecimiento de su padre, esas últimas 24 horas que compartieron y que el autor quizo dejarlas escritas para el recuerdo.

24 Horas

7 a.m., Abril 3, 2007; al igual que otros días, comienza la mañana sin mayores diferencias a las anteriores, mamá preparaba el desayuno mientras papá y yo veíamos las noticias a ratos que combinábamos con alguna película televisiva, a penas ayer, mi primo Edgar Contreras y yo lo rasurábamos; desde pequeño siempre me decía – Cuando me muera me afeitas tu, porque a mi papá le cortaron toda la cara y yo no voy a presentarme con la cara toda rasguñada – por lo que mi primo y yo realizamos la actividad con meticulosidad quirúrgica, cuando le colocamos el espejo en frente y tras la pregunta ¿Qué tal? Su repuesta nos reconoció la labor – White Label – expresión que utilizaba con frecuencia para referirse a que algo estaba muy bien o que él estaba muy bien, entre otras de sus frases celebres estaba – por fin tengo dos caballos en que andar, uno que se me murió y otro que estoy por comprar – haciendo referencia a que no tenía nada, quizá esta forma de ver la vida y de relacionarse con todos, le hizo merecedor de tantos cariños. 

Como alrededor de la 11 de la mañana me preguntó por el almuerzo y agregó – Yo como que lo dejo para después – ya empezaba a sentirse mal y el cáncer pulmonar avanzaba a grandes pasos, por lo que alguien llamó a Zioly Morales, mi prima que es médico, para que nos ayudara con las atenciones que urgían a Hosehar, a propósito, este era su nombre, aunque en algún momento de su vida su nombre legal era José de Jesús Quiñónez Méndez, no sé como paso a ser Hosehar, pero recuerdo que en algunas de esas tertulias que disfrutamos juntos o cuando realizábamos algún trabajo, me contó que después de la caída del Presidente Marcos Pérez Giménez, le dieron la oportunidad de escoger con cual nombre se quedaba y el escogió el último, al final casi nadie le llamaba Hosehar, creo mi abuela Anastasia, su mamá, si lo llamó siempre así, pero por lo general lo llamaban José, a excepción de mi tía Chepa, que lo llamaba viruto y ella, por supuesto era la viruta, es que desde que se conocieron eran muy delgados; nosotros por lógica le decíamos papá, mamá lo llamaba “Mor”, otros cuñado, compadre, tío José, bigote y hasta alguien le puso el remoquete de “café con leche” por un lunar que tenía hacia la margen inferior izquierda de su boca, que casi imperceptible hacía juego con su tez blanca y su rostro perfectamente delineado, siempre escuche a las damas decir que parecía un actor de esos del cine Mejicano. 

Ya llegaban las 2 de la tarde y la casa se comenzaba a llenar de familiares, estábamos todos, los hijos, los nietos y primos y primas, Zioly junto a Diana, una de las muchachas, así llamamos a las hijas de mi tía Ramona y mi tío Pablo Zambrano, también acostumbramos referirnos a ellas como las Zambrano; hacían compañía a papá, mientras yo estaba en algunas diligencias, sé que me estaba buscando, porque al llegar Zioly me dijo – Tío te llama, me preguntaba por su compinche y yo pensé que preguntaba por papá (tío Armando Morales) o por tío Arturo, pero me aclaró que su compinche eras tú – y es cierto, yo era su compinche, su cómplice, en momentos cuando compartíamos unas cervezas, frecuentemente decía – aquí estamos padre e hijo, echándole bolas pa`quedar fijos – también solíamos recitar poemas, a veces Garrit, y otras simplemente los inventábamos, también solía decirme – Yo no quiero morir en la casa, después van a querer guardar hasta el colchón, mejor me llevas a un hospital, esas camas están para eso, para morir – eran casi las 5 de una tarde que a veces era rápida y de repente se volvía interminable, cuando entré a su habitación y escuché como su respiración sonaba como cuando sopla un pitillo (para otros popote o pajilla) dentro de un vaso con agua, el cuerpo se deterioraba a gran velocidad. 

Yo estaba allí, esperando que él me dijera que quería, cerca de las 7, ya habíamos completado las primeras doce horas, le pregunte ¿Quieres ir al hospital? A lo que respondió sin titubear – es lo mejor – en ese momento entendí que su biografía llegaba a su final. Como mis hermanas son educadoras al igual que mamá, lo llevamos al Centro Clínico, aunque a papá lo único que le interesaba era un lecho fuera de casa. 

La noche seguía su curso, los médicos dejaban pasar el tiempo, al igual que todos nosotros, así como papá, yo sólo esperaba el desenlace seguro, mamá abrigaba sus últimas esperanzas, a veces pedía a Dios que le diera salud y a veces que lo ayudara a morir en paz. Hay muchas lagunas debido a la presión y el desasosiego, son instantes en que en realidad no se sabe que se siente con certeza, salí por un momento y ya pasaba la media noche, era lamadrugada del día 4, afuera las gentes dormían, llega la una y todos nos colocamos a su rededor, estaba mamá, Tibayre (mi hermana mayor), Thaiz (mi hermana menor) Rosita (una prima hermana que es más hermana que prima) y su hijo Lenín, ah y yo, que le abrazaba la cabeza colocado a su derecha, creo que no había más nadie, o por lo menos no recuerdo, afuera de la sala de emergencias estaban primos y tíos, recuerdo a tía María, y a Zioly, y a Javier; papá con gran lentitud nos miraba a cada uno, como queriendo tomar una foto panorámica para el camino, me miro, algo triste, y se fue durmiendo poco a poco, literalmente, en la paz del señor. 

A veces hablamos de la muerte, o de su muerte, y me decía que no tenía por qué llorar cuando el muriera, porque eso era normal, y yo siempre respondía que no iba a llorar por su muerte sino por su ausencia, tal vez por eso no lloré en el momento, mamá lloró un poco, luego hizo gala de su fortaleza y salimos juntos a preparar todo, lo esperamos en la funeraria para vestirlo, tarea que realice con tío Sulbaran, le colocamos un traje marrón que utilice cuando me gradué; luego lo llevaron a la casa para velarlo, es posible que ya fueran pasadas las tres cuando regresé a la casa, ya antes le había dado la noticia a Claudio, el mayor de mis hijos varones, recuerdo al comenzar a llorar por su abuelo le dije que a él siempre me pidió que no lo llorará, y a pesar de sus apenas 7 años, se contuvo y se fue a dormir para enfrentar el nuevo día descansado. 

7 a.m., Abril 4, 2007; ahora vestido de caoba, bordeado de velas y personas, algunas rezando, otras tomando un café o un chocolate, me acerque a la pequeña ventana de vidrio que queda para alargar la despedida y un recuerdo hizo dibujar una sonrisa en mi rostro, muerto sos si no resoyas, eso repetía también cuando alguien partía al viaje sin regreso. Realmente fue una aventura crecer a su lado, creo que me enseñó todo lo que sabía, me amo y lo amé, todavía lloro su ausencia. Terminaba el poema de Garrit, “aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas. 

Víctor Hugo Quiñónez Guillén 
17 de abril de 2015 

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